Sinestesias de una tarde agitada – Camaleón
Ruido, voces,
calma, verde. Camino saltando las rayas de la acera. Choque. Luz blanca en los
ojos, calor instantáneo que se cuela por entre las pestañas.
Viento que hace
volar mis extremidades, concentro mi visión en un punto fijo. De soslayo la
gente. Detención, respiro. Animales en línea recta. Animales rumiando.
Agua. Caen gotas
en mi cabeza. ¿Es invierno? Nadie contesta. El eco silente rebota en mis
pies. Purpúreo el susurro, largo el suspiro, la vibración titila en mi cabeza.
La luz es eterna, la luz me llama. (No es flama, pero enciende mi pecho
lánguido, no es flama, pero encarna desborde, lujuria, hambre de carne, de labios, de piel y sangre).
La multitud
avanza. Llanto, caricias. Un trozo de papel vuela a merced del viento. Las
cabezas no se giran a mirar. Yo lo hago, observo. Observo en crisis aquella
luz, ¿Pánico quizás?
El techo tapa mi
cuerpo. Anhelo tu cuerpo.
Sombras bajo mi
andar pululan disparejas, deformes, desgarradas. Amarillos constantes se
desenvuelven como miel en el asfalto. Piedras grisáceas, gravilla, lodo,
humedad en las botas gastadas.
Latir de un
corazón, pulmones, hígado, laringe. La tos sin rostro y esa luz que sigue en lo
alto, más allá de mi alcance. No importa nada, la quiero tener, la quiero hacer mía. Quiero fundir su blanco
en mi blanco, polvo en el polvo. Quiero
sus labios en los míos, poseer su carne con mis palmas, con mis uñas, con cada
extensión corpórea de mi ser.
Una explosión,
un rugido desde lo más hondo de las cuerdas vocales, un grito que se expande en
el vaho cálido. Un grito sin eco. Un grito hecho de puro dolor y sorpresa. Un
grito que en la nada de la urbe significa un todo en mi propósito. Un mísero,
pero enardecedor grito.
Placer instantáneo.
(…)
La lluvia
continúa cayendo. Profusa la sangre en el suelo, la multitud se detiene. Yace la musa inerte en el suelo. Los
sueños ignorados, la brisa húmeda y el perpetuo olor a café tiñen la escena. Se
funden las voces en el barro de Santiago. Yo sigo
caminando, mis botas destilando su sangre, esa sangre llena de invierno, llena
de deseo… su propia sangre hecha luz al
fin.
El sonido en
aumento. La distancia restante es mínima, sin embargo la luz, aquella luz, esa
luz no permite que me aleje.
El ascensor del
edificio repica a lo lejos. La mano que acusa, los gritos desde la calle. Grave
la acústica. Me pierdo en las sombras. La escena se torna gris:
Gris en los
muros, gris mis manos asesinas, gris el instinto animal, gris las huellas en la
alfombra, gris el sonido de mis dientes apretados por el descontrol, gris el
presentimiento de que todo acabará.
La luz se
acerca, siento su calor, el dolor, la ambivalencia, el goce. Bombea lasciva. Velocidad en aumento.
Las pupilas dilatadas, la luz solo hace que mi cuerpo se desespere y frustre.
La desgarrada sonata de mi vida, la punzada en el vientre, la sangre que cae
por la tela arrugada de mi pantalón. Es entonces que palpo el grito: mi grito.
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