miércoles, 29 de enero de 2014

Sinestesias de una tarde agitada – Camaleón


Ruido, voces, calma, verde. Camino saltando las rayas de la acera. Choque. Luz blanca en los ojos, calor instantáneo que se cuela por entre las pestañas.
Viento que hace volar mis extremidades, concentro mi visión en un punto fijo. De soslayo la gente. Detención, respiro. Animales en línea recta. Animales rumiando.
Agua. Caen gotas en mi cabeza.  ¿Es invierno?  Nadie contesta. El eco silente rebota en mis pies. Purpúreo el susurro, largo el suspiro, la vibración titila en mi cabeza. La luz es eterna, la luz me llama. (No es flama, pero enciende mi pecho lánguido, no es flama, pero encarna desborde, lujuria, hambre de carne, de labios, de piel y sangre).
La multitud avanza. Llanto, caricias. Un trozo de papel vuela a merced del viento. Las cabezas no se giran a mirar. Yo lo hago, observo. Observo en crisis aquella luz, ¿Pánico quizás?
El techo tapa mi cuerpo. Anhelo tu cuerpo.
Sombras bajo mi andar pululan disparejas, deformes, desgarradas. Amarillos constantes se desenvuelven como miel en el asfalto. Piedras grisáceas, gravilla, lodo, humedad en las botas gastadas.
Latir de un corazón, pulmones, hígado, laringe. La tos sin rostro y esa luz que sigue en lo alto, más allá de mi alcance. No importa nada, la quiero tener,  la quiero hacer mía. Quiero fundir su blanco en mi blanco, polvo en el polvo. Quiero sus labios en los míos, poseer su carne con mis palmas, con mis uñas, con cada extensión corpórea de mi ser.
Una explosión, un rugido desde lo más hondo de las cuerdas vocales, un grito que se expande en el vaho cálido. Un grito sin eco. Un grito hecho de puro dolor y sorpresa. Un grito que en la nada de la urbe significa un todo en mi propósito. Un mísero, pero enardecedor grito.
Placer instantáneo.
(…)
La lluvia continúa cayendo. Profusa la sangre en el suelo, la multitud se detiene. Yace la musa inerte en el suelo. Los sueños ignorados, la brisa húmeda y el perpetuo olor a café tiñen la escena. Se funden las voces en el barro de Santiago. Yo sigo caminando, mis botas destilando su sangre, esa sangre llena de invierno, llena de deseo…  su propia sangre hecha luz al fin.
El sonido en aumento. La distancia restante es mínima, sin embargo la luz, aquella luz, esa luz no permite que me aleje.
El ascensor del edificio repica a lo lejos. La mano que acusa, los gritos desde la calle. Grave la acústica. Me pierdo en las sombras. La escena se torna gris:
Gris en los muros, gris mis manos asesinas, gris el instinto animal, gris las huellas en la alfombra, gris el sonido de mis dientes apretados por el descontrol, gris el presentimiento de que todo acabará.

La luz se acerca, siento su calor, el dolor, la ambivalencia, el goce. Bombea lasciva. Velocidad en aumento. Las pupilas dilatadas, la luz solo hace que mi cuerpo se desespere y frustre. La desgarrada sonata de mi vida, la punzada en el vientre, la sangre que cae por la tela arrugada de mi pantalón. Es entonces que palpo el grito: mi grito.

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