lunes, 3 de febrero de 2014

Lo peligroso - Camaleón

 

      Camina con seguridad por la calle, impregnando cada centímetro de su piel por el sol. Con los ojos entrecerrados evita que el destello le haga perder la compostura, las cejas, asimismo, tratan de emular a los párpados manteniendo una línea recta que denota cierta cantidad de concentración y meticulosidad.

Los hombros forman un bello ángulo llano, que se extiende desde el centro de su columna vertebral hasta el precipicio de sus brazos alargados. El vientre apegado al centro de su anatomía, cada parte del abdomen se marca tras la tela de su camiseta. He de decir, el color blanco no deja mucho a la imaginación.


El viento hace que su cabello se agite con violencia. No trata de acomodarlo, mantiene sus manos en los bolsillos traseros. Qué clase de profunda admiración tienen aquellas cavidades forjadas en tela e hilo, que sus manos tienden a dirigirse directamente a esa parte y sin miramiento alguno deja entrever el borde de su cadera. ¿Lo hará a propósito?


Su cuello grácil se ladea cuando camina en línea recta, se pavonea de manera natural con la curiosidad de un niño que quiere saberlo todo. La tráquea se acomoda con cada respiración, aquel monte diminuto se alza trémulo tras la piel de su garganta. No hay estandarte más apropiado, ni símbolo más idóneo que encapsule la esencia masculina, como la prominencia laríngea, (manzana o nuez de Adán). Lo varonil, primitivo, tosco tiene su propia conjugación sensual hecha de hueso y carne. Los movimientos verticales se amoldan bajo esa piel delgada pero fibrosa, marcando cada vértice y hendidura. Cómo quitar la atención de su garganta, cómo forzar la vista a que no se conmueva a tal punto de querer tocarlo con la mirada, de querer rasgarlo de tanta intensidad en las pupilas, de querer besarlo en un parpadeo.


Su boca posee una curvatura pequeña, pero marcada. Los labios voluptuosos, rebosantes, tentadores. Veo como el aire sale por las comisuras de aquella boca infernal. Tiende a morderse el labio inferior cuando no sebe qué responder. Toca levemente sus dientes con la lengua en cada vocablo que emite, hiperventila algunas veces cuando le hacen preguntas. Lo atrayente no es la forma, es el uso dicen. Cuántas utilidades ha de haber en aquella boca, desde los gestos que alteren mi respiración, los besos que quemen mi piel, los susurros que atrapen mis anhelos, las caricias que enciendan el fuego que necesito en mi pecho, hasta las palabras que toquen el epicentro de mi cuerpo. No hay manera de pensarlo sin agitarse, es un hecho.


Lo describo mientras lo observo, lo describo mientras las ganas abundan, lo describo mientras lo necesito, lo describo mientras el deseo me hace ser su presa, lo describo mientas las anáforas fluyen como el agua, lo describo mientras él no me ve.


La mañana no acaba y menos disminuyen mis ganas. Puedo verlo en cada pared translúcida de este recinto cerrado. Respiro agitada. No, no respiro, resoplo con furia. ¿Cómo es posible verlo hasta en mi propio reflejo? Lo veo en mi piel, en mi boca, en mi sonrisa insulsa. Lo veo y él no me ve. Quiere verme, pero yo no quiero. Quiere tocarme, pero yo me niego. Quiere volver, pero yo no puedo. No, no puedo permitirlo.


Salgo a la calle y camino con ira a cada paso. Cada movimiento lo hago con desdén y frustración, sin embargo sé, que no es rechazo lo que siento por él. No es ira, sino deseo. Lujuria inflamada por las ganas de verlo otra vez. Lo ansío tanto que el deseo se transforma en escozor, en ardor en las mejillas y en una constante de suspiros violentos.


Las calles tienen un aspecto de ensueño a estas horas. No hay gente en las aceras, lo cual es bastante provechoso. Caminar a casa parece una buena idea. Aire frío y un paso constante enfrían los ímpetus. Bueno, eso quiero creer.


Cuando llego al cruce de siempre, ese en el que confluyen una avenida y dos calles, me alisto para cruzar. Miro hacia ambos lados y es en ese intertanto que mi corazón da un respingo… Está ahí, parado al otro lado. Con los ojos fijos en mí, con esa mueca chueca en los labios que tanto extrañaba, con la espalda erguida, con la palabra justa en la boca, esa palabra que me hará volver.




Te encuentro nuevamente en la calle. Como si estas no fueran lo suficientemente peligrosas.

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