martes, 11 de febrero de 2014

Páramo Nocturno - Abeja

   Escribo esto como un testimonio antes de morir. Espero que las autoridades tomen las precauciones y prohiban la entrada a este páramo durante la noche.
   Me encuentro a cincuenta kilómetros de la capital, en un desierto lugar entre las montañas. Los murmuros de los grillos y los aullidos de las bestias dan lugar a este campo desierto de humanos. Una vista hermosa de las estrellas se puede contemplar: todo el plano Astral está a la merced de los ojos; la bóveda celestial se deja ver en su inmensidad; vía láctea y constelaciones dibujan obras maestras en el techo del cielo. Una preciosa luna adorna la cúpula oscura, como una lampara. Lamento no haber traído mi telescopio, no hay nubes que me impidan ver el firmamento. Pero más lamento haberme sentado aquí.
   Hace un rato comenzó a helar. Noto como la escarcha mata la hierba y un soplido lugubre nace de los recovecos de los árboles. Se mueven lentamente, sus ramas son garras que dirigen una sinfonía de vaho tan gélido como la idea misma de la muerte.
   Mientras escribo esto un sonido de cascada llega a mis oídos. Siento como arrastra pesadas figuras que caen con un sonido repugnante, para luego ser devoradas por gusanos espectrales que se se meten en mis oídos y mi cabeza.
   Mi lampara a cuerda titila tenebrosamente, encendiendo y apagando las sombras que se proyectan frente a mí. Un fuerte peso cae sobre mis hombros y logro ver, por el rabillo de mi ojo, una sombra más oscura de lo común. Pisadas sin sonido bajo los pies de la Penumbra viviente, que rompen, bajo un susurro escalofriante, el niveo pasto de aquel cerro.
   En la esquina inferior de esta hoja veo una mano huesuda escalar con malicia, tiñiendo de sangre mis lineas, erizando y produciendo un dolor en mi brazo. Algunos escarabajos suben por mis piernas y tábanos devoran mis órganos. Un graznido tenue me hace estremecer y botar mi lámpara.
   Con mi mano izquierda levanto mi única fuente luz -la luna fue tapada por negras nubes de tormenta- para así divisar la peor imagen que ha pasado por mis ojos: un hombre de gran estatura y enjuto, con una sonrisa malélova y un perturbante smoking adornado con un gran sombrero de copa. Pestañeo por culpa de las polillas que carcomen mis ojos y compruebo que el sujeto ha desaparecido. Otro pestañeo y me doy cuenta que nuestros ojos ahora se encuentran a centímetros: sus pupilas reflejan un violento infierno musicalizado por gritos y lamentos mortuorios.
   Mi luz se apaga y quedo inmerso en una boca de lobo. Mis labios sangran y mi cuerpo es arrastrado colina abajo por una fuerza demoniaca. Algunas piedras azotan mi cuerpo y las estrellas oscilan, el cielo se cierra más aún y el viento se hace fuerte y zumbante.
   Estoy tirado en un claro. La luna se ha despejado y me ilumina con odio. Mi sangre cae sobre esta hoja y solo puedo mover mis dedos. Mis piernas están rotas, mi espalda hecha polvo.
   Una risa profunda proviene de los árboles, de la tierra, de las hojas, de las piedras y dentro de mi mente. Un viscoso temor se hace notar en mis neuronas, los axones son apresados por tentáculos repugnantes y cientos de brazos oscuros jalan mi cordura y pintan de moho las paredes de mi cerebro.
   Logro ver un cartel a veinte metros. Con mi brazo libre repto por las duras y gélidas piedras y con todas mis fuerzas trato de escribir un mensaje. Pero con un estruendo enorme algo cae del cielo. Es el mismo hombre que me miró con curiosidad y en cuclillas se acercó hacia mí con la misma sonrisa de antes:

-¡Buenas noches!

Nota del explorador que encontró esta hoja:
Este texto fue encontrado cercano a un cartel ensangrentado con la siguiente inscripción:
EL DIABLO ESTÁ AQ

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