La rutina la volvía pensativa. Ideas varias sobresalían de ese sumidero de proporciones pequeñas a la que muchos gustan de llamar cabeza. A veces era una noción ajena la que se apoderaba de sus pensamientos, otras muchas veces era una fusión de sonidos, imágenes y anhelos que danzaban al ritmo de los quehaceres diarios.
La
mano derecha se alzaba graciosa directo al lóbulo izquierdo, la
mirada hacia el horizonte, aquellos ojos color marrón cobraban otro
matiz, uno más ligado a lo inerte que a lo activo, se acercaban a lo
que se define como trance.
Era
un estado particular e hipnotizante. Su mirada seguía un punto fijo,
lo miraba con tal vehemencia que muchos tendían a seguir la
trayectoria de aquellos ojos, como buscándole una razón a su
estado, a esa perplejidad ante la vida, ante su entorno, ante el
mundo mismo. Los ojos se tornaban un tono más oscuro, con un brillo
que denotaba decisión, una pasión que se regía por un mundo
paralelo al que no era posible acceder, en el que nadie era capaz de
penetrar, pues la llave hacia aquella dimensión de estructuras
electrizantes, magnéticas y utópicas yacía en manos de su creador.
El
papeleo de todos los días no tiene trasfondo,
solía repetirse antes de practicar el ejercicio diario de perderse
en la nada
de pensar en todo. Tratando
ilusamente de buscar una razón para hacerlo, una excusa para no
sentirse ociosa, un estatuto imaginario que le consintiera el ir
corriendo a este submundo para perderse en el infinito
placer/armonioso, que le provocaba
pensar. Entonces, el cuerpo entraba en un estado que le gustaba
llamar automático.
Se movía de manera maquinal, de una tarea a otra. Los brazos tensos,
la quijada apretada, el entrecejo arrugado, los dedos veloces, la
boca creaba una curva diminuta donde no cabía ni siquiera un
suspiro, las piernas cruzadas, solo el pie izquierdo seguía un
movimiento acompasado, natural y espontáneo. Siempre se preguntaba
¿por qué? Lo más probable haya sido que parte del cuerpo seguía
conectada a su mente y que la única parte consciente de aquellos
viajes neuronales era su pie. Interesante.
Cuando
el cuerpo se habituaba a las tareas asignadas, ya no había vuelta
atrás. El perfume a frutillas recién sacadas de la tierra, de pan
recién horneado, de la tinta al papel, de la sal en el ambiente
marino, de la colonia masculina en las sábanas, comenzaban a
rodearla de pies a cabeza. La estimulación constante la hacía pasar
de una idea a otra: El amor, la muerte, la reencarnación de los
seres vivos, el balance armonioso de los sentimientos, el odio
inexplicable, el deseo que quema, la amistad rota, las lágrimas en
el hombro ajeno, un beso en el cuello, la respiración entrecortada,
el sonrojo en las mejillas, calor en las manos, el dolor en los
muslos inquietos, el escozor de lo imposible, la adrenalina de hacer
lo incorrecto, el devenir en las miradas cercanas, el miedo
descontrolado por desconocido, la cobardía tras el escape…
Bofetada
y despertar.
(…)
Cuando
la culpa se alza hasta este limbo, el único modo de combatirlo es no
combatir en lo absoluto. Evasión ante el terror de ser acorralada,
piensa mientras comienza nuevamente a parpadear. Los ojos secos y
rojos, pareciera que no hubiera dormido en días, mas es solo el
hecho de que sus ojos han visto más allá del terreno concreto, han
visto más allá del entendimiento mortal. Lo divino, lo frágil de
la situación humana, lo complejo del sentir propio, las memorias
distorsionadas por el anhelo, la vergüenza de sentirse presa de uno
mismo. El cuerpo muestra una descoordinación en primera instancia,
pero no es más que el reflejo del desequilibrio vivido, más bien un
daño colateral de este.
Todo
se volvía lento y le costaba concentrase. El pecho se apretaba de
solo pensar en el mar de ideas que acaban de ser concebidas por ella,
pero más que nada el hecho de recordar el sentimiento de ser acosada
por una parte de su mente, era lo que la trastornaba de ese modo. En
este punto recurría a lo que llamaba el retorno.
Comenzaba con breves respiraciones,
que se acrecentaban de manera proporcional con la cordura. Luego como
ejercicio de confianza y de confirmación de que se hallaba en el
plano físico, comenzaba a palpar diferentes objetos: lápices,
papel, su propia ropa, otros artículos de papelería varios. Cuando
ya se sentía segura como para caminar, se dirigía hacía su bolso y
cogía una manzana (solía llevar manzanas a todas partes, pues la
mayoría de las veces el ejercicio de pensar no salía acorde a lo
planeado/no planeado), y la comía con lentitud. El dulzor de la
fruta terminaba por traerla de vuelta a la realidad, aunque no
tuviera nada que ver con Hipoglucemia, era un proceder bastante
efectivo.
Así
pasaba horas del día entrando y saliendo del trance. En un vaivén
de “Síes” y “Noes” que nadie entendía, que nadie
dimensionaba, con los que nadie lograba empatizar, porque en realidad
cómo era posible hacerlo, cuando nadie lograría jamás posicionarse
en su estructura mental, en este torbellino impetuoso de ideas, en la
maraña de constructos cognitivos, en el laberinto pasional
intelectual que suponía ser su cabeza.
Era
una mujer que volvía constantemente, a estas ganas de querer
torturarse con el acto de pensar. Como un dulce castigo autoimpuesto.
El regreso era
la única palabra que la definía.
Al
finalizar el día, se dirigía camino a tomar el bus. Qué
irrisoria es la razón, mejor dicho la irracionalidad,
piensa con ahínco. Arriba a la estación-terminal, se sube al bus,
paga, busca un asiento, se sienta junto a la ventana, mira como la
gente se aleja tras el paso apresurado del bus, entonces pone su
bolso en el marco de la ventana y se prepara para dormir. El cuerpo
se adormece, los párpados se cierran, las piernas se cruzan, las
manos escondidas bajo el pecho, el mentón pegado al cuello, los
labios leves, el entrecejo liso, la nariz se mueve lenta, el ensueño
se apodera de sus ideas y en un susurro las transforma en una canción
de cuna. Y el dormir arriba a la estación de su
consciencia/inconsciencia, dejando que tan solo su pie izquierdo siga
un movimiento involuntario, pero natural.
¿Será
que solo en sueños la mente deja de atormentarnos?
Piensa una adormecida ella. No,
se responde, nunca nos deja,
pero la verdad no creo que sea algo
malo, de hecho no lo querría de otro modo, termina
por concluir. Es así que dejará, por única instancia en su vida,
que los pensamientos determinen su existencia, que estos la conciban
como tal, como ella misma.
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