sábado, 1 de febrero de 2014

Trance - Camaleón


La rutina la volvía pensativa. Ideas varias sobresalían de ese sumidero de proporciones pequeñas a la que muchos gustan de llamar cabeza. A veces era una noción ajena la que se apoderaba de sus pensamientos, otras muchas veces era una fusión de sonidos, imágenes y anhelos que danzaban al ritmo de los quehaceres diarios.
La mano derecha se alzaba graciosa directo al lóbulo izquierdo, la mirada hacia el horizonte, aquellos ojos color marrón cobraban otro matiz, uno más ligado a lo inerte que a lo activo, se acercaban a lo que se define como trance.
Era un estado particular e hipnotizante. Su mirada seguía un punto fijo, lo miraba con tal vehemencia que muchos tendían a seguir la trayectoria de aquellos ojos, como buscándole una razón a su estado, a esa perplejidad ante la vida, ante su entorno, ante el mundo mismo. Los ojos se tornaban un tono más oscuro, con un brillo que denotaba decisión, una pasión que se regía por un mundo paralelo al que no era posible acceder, en el que nadie era capaz de penetrar, pues la llave hacia aquella dimensión de estructuras electrizantes, magnéticas y utópicas yacía en manos de su creador.
El papeleo de todos los días no tiene trasfondo, solía repetirse antes de practicar el ejercicio diario de perderse en la nada de pensar en todo. Tratando ilusamente de buscar una razón para hacerlo, una excusa para no sentirse ociosa, un estatuto imaginario que le consintiera el ir corriendo a este submundo para perderse en el infinito placer/armonioso, que le provocaba pensar. Entonces, el cuerpo entraba en un estado que le gustaba llamar automático. Se movía de manera maquinal, de una tarea a otra. Los brazos tensos, la quijada apretada, el entrecejo arrugado, los dedos veloces, la boca creaba una curva diminuta donde no cabía ni siquiera un suspiro, las piernas cruzadas, solo el pie izquierdo seguía un movimiento acompasado, natural y espontáneo. Siempre se preguntaba ¿por qué? Lo más probable haya sido que parte del cuerpo seguía conectada a su mente y que la única parte consciente de aquellos viajes neuronales era su pie. Interesante.
Cuando el cuerpo se habituaba a las tareas asignadas, ya no había vuelta atrás. El perfume a frutillas recién sacadas de la tierra, de pan recién horneado, de la tinta al papel, de la sal en el ambiente marino, de la colonia masculina en las sábanas, comenzaban a rodearla de pies a cabeza. La estimulación constante la hacía pasar de una idea a otra: El amor, la muerte, la reencarnación de los seres vivos, el balance armonioso de los sentimientos, el odio inexplicable, el deseo que quema, la amistad rota, las lágrimas en el hombro ajeno, un beso en el cuello, la respiración entrecortada, el sonrojo en las mejillas, calor en las manos, el dolor en los muslos inquietos, el escozor de lo imposible, la adrenalina de hacer lo incorrecto, el devenir en las miradas cercanas, el miedo descontrolado por desconocido, la cobardía tras el escape…
Bofetada y despertar.
(…)
Cuando la culpa se alza hasta este limbo, el único modo de combatirlo es no combatir en lo absoluto. Evasión ante el terror de ser acorralada, piensa mientras comienza nuevamente a parpadear. Los ojos secos y rojos, pareciera que no hubiera dormido en días, mas es solo el hecho de que sus ojos han visto más allá del terreno concreto, han visto más allá del entendimiento mortal. Lo divino, lo frágil de la situación humana, lo complejo del sentir propio, las memorias distorsionadas por el anhelo, la vergüenza de sentirse presa de uno mismo. El cuerpo muestra una descoordinación en primera instancia, pero no es más que el reflejo del desequilibrio vivido, más bien un daño colateral de este.
Todo se volvía lento y le costaba concentrase. El pecho se apretaba de solo pensar en el mar de ideas que acaban de ser concebidas por ella, pero más que nada el hecho de recordar el sentimiento de ser acosada por una parte de su mente, era lo que la trastornaba de ese modo. En este punto recurría a lo que llamaba el retorno. Comenzaba con breves respiraciones, que se acrecentaban de manera proporcional con la cordura. Luego como ejercicio de confianza y de confirmación de que se hallaba en el plano físico, comenzaba a palpar diferentes objetos: lápices, papel, su propia ropa, otros artículos de papelería varios. Cuando ya se sentía segura como para caminar, se dirigía hacía su bolso y cogía una manzana (solía llevar manzanas a todas partes, pues la mayoría de las veces el ejercicio de pensar no salía acorde a lo planeado/no planeado), y la comía con lentitud. El dulzor de la fruta terminaba por traerla de vuelta a la realidad, aunque no tuviera nada que ver con Hipoglucemia, era un proceder bastante efectivo.
Así pasaba horas del día entrando y saliendo del trance. En un vaivén de “Síes” y “Noes” que nadie entendía, que nadie dimensionaba, con los que nadie lograba empatizar, porque en realidad cómo era posible hacerlo, cuando nadie lograría jamás posicionarse en su estructura mental, en este torbellino impetuoso de ideas, en la maraña de constructos cognitivos, en el laberinto pasional intelectual que suponía ser su cabeza.
Era una mujer que volvía constantemente, a estas ganas de querer torturarse con el acto de pensar. Como un dulce castigo autoimpuesto. El regreso era la única palabra que la definía.
Al finalizar el día, se dirigía camino a tomar el bus. Qué irrisoria es la razón, mejor dicho la irracionalidad, piensa con ahínco. Arriba a la estación-terminal, se sube al bus, paga, busca un asiento, se sienta junto a la ventana, mira como la gente se aleja tras el paso apresurado del bus, entonces pone su bolso en el marco de la ventana y se prepara para dormir. El cuerpo se adormece, los párpados se cierran, las piernas se cruzan, las manos escondidas bajo el pecho, el mentón pegado al cuello, los labios leves, el entrecejo liso, la nariz se mueve lenta, el ensueño se apodera de sus ideas y en un susurro las transforma en una canción de cuna. Y el dormir arriba a la estación de su consciencia/inconsciencia, dejando que tan solo su pie izquierdo siga un movimiento involuntario, pero natural.
¿Será que solo en sueños la mente deja de atormentarnos? Piensa una adormecida ella. No, se responde, nunca nos deja, pero la verdad no creo que sea algo malo, de hecho no lo querría de otro modo, termina por concluir. Es así que dejará, por única instancia en su vida, que los pensamientos determinen su existencia, que estos la conciban como tal, como ella misma.

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